Desde julio del 2014 ha pasado ya dos veces por el quirófano -una para operarle el cáncer de mama y otra para extirparle útero y ovarios-, por varias y distintas sesiones de quimioterapia, por radioterapia y también por una neumonía atípica en medio que derivó en colapso pulmonar. «Tuve un pie aquí y otro allá», resume M. H. C. Prefiere no dar su nombre. «No tengo por qué ir llorando, en mi vida me pasó esto, como a tantas otras personas, y mi decisión fue tirar, salir y sacar adelante mi casa», dice antes de entrar a una nueva sesión de alivio fisioterapéutico en la Casa del Agua.
Días insufribles
Ella, que ya hacía ejercicio antes de la enfermedad, buscó activarse incluso durante la quimio. Se apuntó a clases de tango, hacía, como podía, aquagym en Termaria, y «fitness sénior, mis compañeras tenían 80 años y era yo la que no les podía seguir el ritmo», bromea ahora.
En uno de esos días insufribles, acudió al talaso a darse un masaje «y me hablaron de que había algunas cosas de fisioterapia oncológica y de terapias como la radiofrecuencia. Ahora estoy mucho mejor, cuando descubrí que me aliviaban… Que me quitasen el dolor fue increíble. Es una cuestión de calidad de vida», resume. Al margen está que, al tiempo que recibe el tratamiento o las terapias adecuadas, le regalan trato humano: «Esta gente que tanto te ayuda te hace casi de psicólogo», describe.
Ahora, y en función de sus turnos laborales, combina ejercicio monitorizado con las sesiones de tratamiento. Ella lo tiene claro: «Prefiero pasar de comprarme un modelito, espero a las rebajas, y pagarme esto», dice quien se siente «una privilegiada» por tener un sueldo «normal» que le permite priorizar «privándome de otras cosas» sus cuidados. Pero aprovecha para pedir por quien no puede ni siquiera elegir: «Estaría bien que tuviese acceso todo el mundo por la Seguridad Social, como parte del tratamiento para el dolor».
Comparte clases, espacios, prácticas y pláticas con muchas otras personas, algunas de ellas también tocadas por el cáncer. «No tenemos un protocolo específico como tal, pero sí tratamos de adaptar nuestras técnicas porque desde hace unos años vimos que cada vez más pacientes o tenían o habían pasado por un cáncer», cuenta Raquel Fernández Vago, coordinadora del equipo de fisioterapia de la Casa del Agua, antes de subrayar que de un tiempo a esta parte han cambiado las cosas: «Hace unos años, por si acaso, a un enfermo de cáncer no le hacías nada, ni te atrevías a tocarlo; hoy es todo lo contrario, sabemos que el paciente tiene, necesita y debe ser tratado de un montón de síntomas y secuelas».
Junto a la parte terapéutica, que asumen los cinco fisioterapeutas, está la labor de un equipo de siete masajistas que, a menudo, son las que descubren qué necesita el enfermo y, también, las que aportan buena parte de los beneficios emocionales que proporciona el buen trato.
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